6.6.04

De etimologia

El otro día, meses después de oír por primera vez el término metrosexual, acudí a la Googlepedia para averiguar qué era exactamente. Nada más lejos de la idea que me había hecho en un principio: no es una persona cuya sexualidad se desarrolla en los aseos de grandes estaciones e intercambiadores de transporte. Un metrosexual, resumiendo muy mal, es un hombre que parece gay en el sentido más comercial, en los hábitos de consumo y estética, pero que no lo es. Me fastidia tener que hablar de esta manera porque, aun gustándome los hombres, no me identifico con el estereotipo comercial de gay. Se dice que el término recibe la partícula metro- de metrópolis, porque al parecer es un hecho social que sólo se da en las grandes ciudades. El sufijo -sexual no parece tener ninguna explicación posible y sólo sirve para llevar a la confusión, según he leído en las páginas que he visitado. Un metrosexual cuida su imagen, tiene gusto, es capaz de asesorar a una mujer en la ropa o en otros campos hasta ahora considerados femeninos y luego ser un auténtico Rosenkavalier en la cama. Es decir, un hombre heterosexual interesado en otros temas que no sea el estar sentado frente al televisor, bebiendo cerveza, rascándose la barriga y coreando los himnos futbolísticos. Creo que estamos ante una nueva perversión del lenguaje promovida, de nuevo, por la publicidad. Una siniestra simplificación de la complejidad humana, de los sentimientos. Es ahí cuando uno empieza a desconfiar del lenguaje. ¿Expresa lo que soy? ¿Son iguales los conceptos para mí que para otra persona? ¿Puedo usarlo libremente? Todo respuestas negativas. No expresa lo que soy, se queda corto. No puede transmitir correctamente cómo soy a otra persona: las palabras llevan connotación, significados que cada uno añade en función de sus experiencias vitales, su entorno, etc. No puede ser usado libremente, pues podría condenarme al aislamiento. A lo sumo puedo inventar términos y esperar que algún día adquieran la suficiente difusión. Y perversión. Metrosexual. Ya forma parte de mi vocabulario. Ya puedo encasillar a quien yo quiera en una palabra. Ya puedo proclamar:

Seguramente mis músculos estén flaqueando por un metrosexual.